|
Piedra de sol
Un sauce de cristal, un chopo de agua,
un alto surtidor que el viento arquea,
un árbol bien plantado mas danzante,
un caminar de río que se curva,
avanza, retrocede, da un rodeo
y llega siempre:
un caminar tranquilo
de estrella o primavera sin premura,
agua que con los párpados cerrados
mana toda la noche profecías,
unánime presencia en oleaje,
ola tras ola hasta cubrirlo todo,
verde soberanía sin ocaso
como el deslumbramiento de las alas
cuando se abren en mitad del cielo,
un caminar entre las espesuras
de los días futuros y el aciago
fulgor de la desdicha como un ave
petrificando el bosque con su canto
y las felicidades inminentes
entre las ramas que se desvanecen,
horas de luz que pican ya los pájaros,
presagios que se escapan de la mano,
una presencia como un canto súbito,
como el viento cantando en el incendio,
una mirada que sostiene en vilo
al mundo con sus mares y sus montes,
cuerpo de luz filtrado por un ágata,
piernas de luz, vientre de luz, bahías,
roca solar, cuerpo color de nube,
color de día rápido que salta,
la hora centellea y tiene cuerpo,
el mundo ya es visible por tu cuerpo,
es transparente por tu transparencia,
voy entre galerías de sonidos,
fluyo entre las presencias resonantes,
voy por las transparencias como un ciego,
un reflejo me borra, nazco en otro,
oh bosque de pilares encantados,
bajo los arcos de la luz penetro
los corredores de un otoño diáfano,
voy por tu cuerpo como por el mundo,
tu vientre es una plaza soleada,
tus pechos dos iglesias donde oficia
la sangre sus misterios paralelos,
mis miradas te cubren como yedra,
eres una ciudad que el mar asedia,
una muralla que la luz divide
en dos mitades de color durazno,
un paraje de sal, rocas y pájaros
bajo la ley del mediodía absorto
Libertad bajo palabra, 1957
Octavio Paz Lozano
|
|
El Monstruo Amigo Mio
Yo al principio no lo quería, porque creía que él iba a comerme un pie. Los monstruos son agarradores de mujeres, que se llevan a una mujer en cada hombro, y si son monstruos viejitos, se cansan y tiran a una de las mujeres en la cuneta del camino. Pero este que yo digo, el amigo mío, es un monstruo especial. Nosotros nos entendemos bien, aunque el pobre no sabe hablar y por eso todos le tienen miedo. Este monstruo amigo mío es tan, pero tan grandote, que los gigantes le llegan nada más que hasta el tobillo. Y él nunca agarra mujeres ni nada.
Él vive en el África. En el cielo no vive, porque si estuviera en el cielo, como Dios, se caería. Es demasiado grande para poder vivir por ahí, por el cielo. Hay otros monstruos más chicos que él y entonces viven en el infinito, cerca de donde queda Plutón; o todavía más lejos, allá en el onfinito o en el piranfinito. Pero este monstruo amigo mío no tiene más remedio que vivir en el África.
Dos por tres me visita. A él nadie lo ve pero él puede verlos a todos. Además, se puede convertir en cualquier cosa que quiera. A veces es un cangurito que me salta en la barriga cuando me río o es el espejo que me devuelve la cara cuando me parece que la perdí o es una serpiente disfrazada de lombriz que me hace la guardia en la puerta para que nadie venga y me lleve.
Ahora, hoy, o mañana, el monstruo amigo mío va a aparecer caminando por el mar, convertido en un guerrero que más inmenso no puede ser, y echando fuego por la boca, de un solo soplido va a reventar la cárcel donde lo tienen preso a mi papá y me lo va a traer en la uña del dedo chiquito y me lo va a meter en mi cuarto por la ventana. Yo le voy a decir: "Hola" y él se va a volver al África despacito por el mar. Entonces mi papá va a salir a comprarme caramelos y chocolatines y una nena; y se va a conseguir un caballo de verdad y vamos a salir al galope por la tierra. Yo agarrado de la cola del caballo al galope, lejos. Y cuando mi papá sea chiquito, después, cuando mi papá sea chiquito, yo le voy a contar las historias del monstruo amigo mío que vino del África para que mi papá se duerma cuando llegue la noche.
Eduardo Galeano
|
|
Velório de um Comendador
Quem quer que o veja defunto
havendo-o tratado em vida,
pensará: todo um alagado
coube aqui nesta bacia.
Resto de banho, água choca,
na banheira do salão,
sua preamar permanente
se empoça, em toda a acepção.
A brisa passa nas flores,
baronesas no morto-água,
mas nem de leve arrepia
a pele dela, estagnada.
Talvez porque qualquer água
fique mais densa, se morta,
mais pesada aos dedos finos
das brisas, ou a outras cócegas.
Não há dúvida, a água morta
se torna muito mais densa:
ao menos, se vê boiando,
nesta, o metal da comenda.
Não se entende é porque a água
não arrebenta o caixão:
mais densa, pesará mais,
terá mais forte pressão.
Como seja: agora um dique
detém, de simples madeira,
uma água morta que ele era,
sem confins, mar de água mangue.
II
Todos os que o vejam assim,
coberto de tantas flores,
pensarão que num canteiro,
não num caixão, está hoje.
O tamanho e as proporções
fazem o engano mais perfeito:
pois é idêntico o abaulado
de leirão e de canteiro.
Nem por estar numa sala,
está essa imagem desfeita:
se em salas não há jardins,
há contudo jardineiras.
E só não se enganaria
nem cairia na imagem,
alguém que entendesse muito
de jardins e reparasse:
que a terra do tal canteiro
deve ser da mais salobre,
dado o pouco tempo que abre
o guarda-sol dessas flores
com que os amigos que tinha
o quiseram ajardinar,
e que murcham, se bem cheguem
abertas de par em par.
Na verdade, as flores todas
fecham rápido suas tendas.
A não ser a flor eterna,
por ser metal, da comenda,
que, de metal, pode ser
que dure e nunca enferruje.
Ou um pouco mais: pois parece
que já a ataca o chão palustre.
III
Embarcado no caixão,
parece que ele, afinal,
encontrou o seu veículo:
a marca e o modelo ideal.
Buscava um carro ajustado
ao compasso do que foi;
mais ronceiro, se possível,
que os mesmos carros-de-boi.
Mais dos que achava dizia
perigosos de se usar.
Igual dizia dos livros
e das correntes-de-ar.
E agora tem, no caixão,
esse veículo buscado;
não é um carro, porém
é um veículo, um barco.
O que buscava, queria
sem rodas, como este mesmo;
rodas lhe davam vertigem
senão em comenda, ao peito.
E isso porque quando via
qualquer condecoração,
se bem de forma rebelde,
de cusparada ou explosão,
via nela só o metal,
a âncora a atar-se ao pescoço
para não deixar que nada
se mova de um mesmo porto.
Morto, ei-lo afinal que encontra
seu tão buscado modelo:
o barco em que vai, parado,
não tem roda, é todo freios.
IV
Está no caixão, exposto
como uma mercadoria;
à mostra, para vender,
quem antes tudo vendia:
antes, abria as barricas
para mostrar a qualidade,
ao olfato do freguês,
de seu bacalhau, seu charque;
ou com gestos joalheiros
espalhava no balcão
para melhor demonstrá-las
suas gemas: milho, feijão;
e o que se julga com o tato,
fubás, farinha-do-reino,
ele mostrava escorrendo-os,
sensual, por entre os dedos.
Mostrar amostras foi lema
de seu armazém de estiva.
e eis que agora aqui à mostra
o mercador mercadoria,
mesmo com essa comenda
no peito, a recomendá-lo,
e é nele como a medalha
de um produto premiado,
e assim acondicionado
como está, em caixão vitrina,
bem mais fino que os caixotes
onde mostrava as farinhas,
mesmo com essa comenda
e essa embalagem de flor,
eis que ele, em mercadoria,
não encontra comprador.
João Cabral de Melo Neto
|